El 2006, cuando salió a la venta el Modern Times, estuve escuchándolo sin parar durante una semana. Quería dar con la llave de este nuevo disco, el último de Dylan, uno de los autores, a mi parecer, más creativos y geniales dentro de lo que conozco de la historia de la música. Y no sé bien por qué, pero terminé dejándolo de lado. Me contenté con pensar que se trataba de un disco para viejos, respaldado por al idea de que Dylan siempre ha sido un autor autobiográfico –tomando en cuenta que siempre ha sido un gestor cultural monumental, podemos decir que su biografía contiene también mucho acerca de la historia de la segunda mitad del siglo pasado (el siglo pesado, como diría Mauricio Redolés)–, y nunca más le di pelotas.

Pero la justicia no tardó mucho. Desde que supe que iba a asistir al concierto que Dylan dio en Santiago unos días atrás, decidí tomar asiento, como debe hacerse con las canciones de Dylan, con las letras de las canciones impresas, y volví a darle al disco. Y la sorpresa fue, como siempre, más que grata.

Tal vez esté realizando una música más monótona, tal vez la voz ya no le dé para más que un par de notas, tal vez ya no tenga la audacia que antes derrochaba. Evidentemente Dylan ya no es el mismo de antes, pero lo más importante, su lírica, sigue intacta, igual que su hermetismo y su radicalidad.

El disco, compuesto por 10 temas, es un himno a la tristeza y el desencanto. Dylan ya no se burla tanto como antes –aunque tampoco deja de hacerlo definitivamente–, y, pese a no perder del todo las esperanzas, nos habla de un mundo que se está pudriendo, que se está yendo al carajo. Ahí es donde encuentran lugar las canciones de amor, que nuevamente son abordadas por Dylan de un modo bastante peculiar: hay una especie de rendición ante el amor, pero una rendición desencantada: ya no se trata de un amor puro y desinteresado, como el que profesaba en su juventud; esta vez se trata de un amor que se queda con su corazón y con su cabeza, que lo adormece, como una especió de última opción ante una realidad incombatible.

Se recomiendan, sobre todo, Someday Babe y Ain't Talkin', dos temas que insisten con ese desencanto, uno desde el amor, el otro derechamente dirigido a estos tiempos modernos. Con éste tema termina el disco, como una especie de último gemido que termina, a su vez, con lo siguiente: Ain't talkin', just walkin' / Up the road, around the bend. / Heart burnin', still yearnin' / In the last outback at the world's end. Supongo que después de éste, Dylan no sacará ningún otro disco. Pero tampoco podemos estar seguros, pues siempre queda algo por decir, y este personaje no se caracteriza por quedarse callado, al menos cuando toma la guitarra o se para frente al teclado.

Escúchelo con las letras en mano, que podrá encontrar acá. Se lo recomendamos.

Aint talkin:

Someday baby:

-VEA: Sweeney Todd, the demon barber of Fleet Street

-LEA: El guardián entre el centeno

-GRANDES PERSONAJES: Teniente Dan

-CONCIERTO DE Dylan

-Rogelio Salmona: tejedor de ladrillos

-La WEB, la impresión de un amateur