henriquez_2020_07_17.jpg [10]

Hace  15 años la Noni, mi abuelita, se tuvo que ir a vivir a Santiago. Yo vivía allá en ese tiempo, y recuerdo que desde que llegó hasta que su memoria se fue de viaje con don Alzheimer, se quejaba -y ¡ojo! que ella nunca se quejaba-  de que los santiaguinos no eran amables como en su ciudad. No entendí eso hasta que volví a vivir a Osorno.

¡La Noni tenía razón! Las personas en Osorno sí eran amables: saludaban en la calle y no evadían la mirada como escapando, eran cordiales, no chocaban por ir apurados, y así varias acciones que me hicieron sentir la amabilidad cotidiana… la famosa amabilidad de la Noni.

Al principio para mí esa fue una de las cosas más maravillas de volver a vivir en el sur. Han pasado 4 años y sigo creyendo que en regiones las personas son más amables que en Santiago, pero la verdad es que es una virtud cada vez más olvidada.

Y leyendo un poco más sobre el tema de la amabilidad, principalmente cómo ha evolucionado con el tiempo en la sociedad descubrí que existen varios estudios, escritos y artículos del tema. En muchos de ellos se asocia el uso de la tecnología con la tendencia de ser menos amables.  ¿Qué ambiguo, no? Debiera ser todo lo contrario si queremos una sociedad mejor, un mundo mejor.

La amabilidad es un valor basado en el respeto y la consideración. Es actuar en base a la cordialidad  a través de miradas, gestos y simples acciones del día a día. Ser amables no nos cuesta nada, y al mismo tiempo ganamos mucho.

Vivimos en una era de competitividad, individualismo, inmediatez. Estamos atravesando una pandemia en medio de una crisis social sin precedentes en nuestro país… ¿por qué no poner de moda ser amable?

No nos olvidemos de aquellas acciones que nos hacen sentir mejor, que ser amable es una reacción en cadena. Si queremos un cambio, partamos por nosotros mismos. Los invito a saludarse, a pedir de buena manera las cosas, a que vuelva el por favor y gracias, a sonreír invitando a sonreír. Los invito a ser amables.