Millones de millones: algunas reflexiones sobre los límites de nuestra imaginación

Millones de millones: algunas reflexiones sobre los límites de nuestra imaginación

27 Julio 2020

¿Puedes imaginar una cantidad tan grande como los 7 mil millones de seres humanos que habitamos el planeta? ¿Será acaso que no podemos dimensionar cifras muy grandes porque nos empequeñecería a tal punto de desaparecer?

Carla Novak >
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Tengo una fascinación por aquellas cosas o nociones que son inimaginables, ideas imposibles de visualizar, esas que parecieran no caber dentro de nuestra cabeza. De aquello inimaginable, siento especial interés por las cifras. Cifras enormes: la cantidad de habitantes de la tierra, la longitud de la Vía Láctea o cuánto dinero tiene la persona más millonaria del mundo. Podemos imaginar dos, tres, cincuenta cosas pero no mil millones de cosas. ¿En qué punto un número deja de ser visualizable? ¿Qué implica no ser capaces de imaginar magnitudes tan grandes? ¿Qué se pierde en esa incapacidad? 

La fortuna de Bill Gates (el multimillonario paradigmático) asciende a 110.000 millones de dólares. Esta cifra nos sirve para saber que es la segunda o tercera persona con más dinero en el mundo, y que esto le da mucho poder, pero no nos sirve para valorizar esa cantidad. ¿Qué nos dice ese número? Diría que nada porque se nos escapa precisamente imaginar ese número ya sea expresado en billetes, como objetos, o ya sea como valor, la potencia de esa cifra. Bill Gates no tiene un monto en el bolsillo, sino que tiene la capacidad de comprar todo. 

Para llegar a tener una sensación de una cifra muy alta, a veces sirven las comparaciones que nos dan un sentido de la magnitud de la diferencia. Por ejemplo, lo defraudado por el Ejército de Chile, en el caso conocido como Milicogate, se estimaba hasta el año pasado en más de $6.000 millones, y en el caso Pacogate serían más de $35.000 millones. Sin duda entendemos que es mucha plata pero no tenemos claridad de la magnitud hasta que la comparamos, por ejemplo, con todo lo que gana una persona que trabajó durante 50 años ganando $500.000 por mes. La lejanía de las cifras nos da una idea de la magnitud del robo y de paso la comparación se nos torna absurda, ridícula.

Tan absurdo como el intento de imaginar las distancias en el universo. Medidas que exceden radicalmente la homomensura, nuestra espacialidad, nuestro cálculo. Existen distintas unidades para medir distancias en astronomía, tenemos la unidad astronómica que equivale a 150 millones de kilómetros. Luego, está el año luz que equivale a 9,5 billones de kilómetros, es decir, 9,5 millones de millones (no es el billion en inglés, que sería miles de millones, o sea tres ceros menos). Y luego, el párcec que equivale a 3,26 años luz. Intentar aquí una comparación entre cifras de unidades de medida terrestres y las astronómicas no es un ejercicio absurdo como la comparación entre cifras de dinero muy desiguales, sino lisa y llanamente es un ejercicio imposible. Nos enfrentamos a la inconmensurabilidad entre escalas, entre las humanas cotidianas y las del universo. 

Podemos visualizar la distancia entre nuestra casa y un almacén del barrio, pero no la distancia entre la Tierra y el centro de la galaxia. Podemos visualizar el tamaño de un elefante pero no el tamaño del muro de galaxias, descubierto hace poco, de una longitud de 1.400 millones de años luz. Aunque existan representaciones a escala de algunas zonas del universo, las distancias y tamaños reales escapan a nuestra comprensión. Ni hablar de intentar imaginar lo infinito. Podríamos pensar esto como límite del pensamiento. Quizás porque intentar imaginarnos a esas escalas significa perdernos en ese espacio, ser tan insignificantes al punto de prácticamente no existir porque el humano ya no podría ser referente de nada.

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Este límite para el pensamiento de imaginar cifras enormes se me aparece como problemático cuando pensamos en cantidades de seres vivientes, humanos y no-humanos, en poblaciones. Los 7.500 millones habitantes del planeta, los 80 millones de refugiadxs en todo el mundo, las 47 millones de hectáreas deforestadas en la Amazonía brasileña o que en los últimos 40 años existan un 60% menos de animales sobre la Tierra (todos fenómenos del antropoceno), son datos que nos exceden de tal forma que tendemos a desentendernos de estos problemas. Detrás de esas cifras no hay nada ni nadie, son números vacíos. 

Los datos poblacionales sirven para la comprensión de cómo funciona el mundo y qué acciones se necesitan. Sirven también como instrumento de control al servicio de los estados. Pero una cifra no tiene rostro, ni cuerpo, ni voz. Es un dato más en las noticias o en nuestros estudios, datos de los cuales nos distanciamos porque su número es tan grande que paradójicamente pierde valor. El cálculo sobre lo viviente desplaza las imágenes de lo viviente, anula la sensación de lo viviente. Números que no logramos entender del todo porque no se puede. En ese mundo de gigantes yo soy muy pequeñx y no puedo hacer nada. ¿Es tan así? No se trata aquí de cargar responsabilidades individuales ante lo inabarcable. Se trata de pensarnos como parte de un entramado de redes. Somos parte de ese gran número pero al mismo tiempo, somos parte de otros números más pequeños. Espacios colectivos de carne y hueso de los que participamos en diversas formas de agenciamiento, queramos o no.