La biología del habitar: La calidad de nuestros espacios

30 Octubre 2020

Estamos emprendiendo un viaje hacia atrás, o quizás hacia a adentro a reconocer y reconectar aquello que perdimos en el camino, esa arquitectura que nacía desde los pies, de la tierra, del agua, del aire y que buscaba no más que cobijar con el cielo y el sol al ser humano.

Mariela Moya >
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Debido a los tiempos que corren, al encierro casi permanente, a la situación mundial en general es normal preguntarnos y cuestionar los espacios donde vivimos diariamente y que ahora se convierten en nuestra oficina, refugio, gimnasio, etc.

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¿Cómo vivimos? ¿Qué calidad de espacios hemos aceptado? ¿nos hemos resignado a que otros diseñen construyan y decidan por nosotros los espacios mas importantes, donde pasamos mas del 80% del tiempo? ¿cómo hemos participado en la construcción que habitamos?

Se puede entender entonces, que así como es importante cuidar qué comemos, lo es también mirar el lugar donde habitamos, revisar con qué materiales fueron construidos, el tipo de luz que se ha logrado, la toxicidad de las pinturas, la fabricación de los cerámicos, cuanto del exterior hemos integrado en nuestro habitar.

Durante años hemos cedido el lugar de ser partícipe de la construcción y el diseño de estos espacios y más bien elegimos una ubicación referida a lo que nos conviene desde un punto de vista económico, que tenga buena vialidad, locomoción expedita, comercio cercano, seguridad. Esto se debe principalmente al factor tiempo, presente de forma escasa en todas las ecuaciones, su rapidez y la economía que consumen nuestra vida, pues ese minuto libre que tenemos lo empelamos en comer, jugar con nuestros niños, mimar mascotas o simplemente respirar, hemos depositado en otros la responsabilidad de decidir donde despertaremos y de qué forma lo haremos.

Olvidamos que podemos construir con lo que pisamos día a día, la tierra, a obtener desde nuestro propio piso un sustento para habitar y cohabitar en la tierra, desde la tierra respetando sus ritmos, ciclos y ecosistemas presentes.

En los últimos años, el despertar del cambio climático, el aumento en diagnósticos depresivos y afecciones físicas,  han contribuido a cuestionar cómo nos movemos, cómo nos habitamos, la calidad del lugar donde dormimos, los materiales a utilizar y también nos atrevimos a  derribar mitos respecto de las formas y materiales que se utilizaban antes de la industrialización y el porqué nos estamos enfermando día a día.

No solo olvidamos el material con que construíamos sino a la comunidad, la construcción social de la arquitectura, esa arquitectura que se tejía entre tierra, conversación y construcción, esa arquitectura que sumaba manos y alivianaba cargas donde se construía codo a codo con la materia prima, modificada por el tiempo y trabajada por el ser humano para luego dar paso a un hábitat familiar, sostenido e impulsado por la comunidad que construía y a la vez sostenía a sus integrantes.

Estamos emprendiendo un viaje hacia atrás, o quizás hacia a adentro a reconocer y reconectar aquello que perdimos en el camino, esa arquitectura que nacía desde los pies, de la tierra, del agua, del aire y que buscaba no más que cobijar con el cielo y el sol al ser humano.

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