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Prohibido hablar de política en la mesa

09 Junio 2021
Después de un año en pandemia, cada vez que me instalo en una mesa frente a un plato de comida, mi mente y mi cuerpo se revolucionan.
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Pandemia, Alimentación, Nutrición

Por Claudia Gacitúa M., Chef + Sommelier + Periodista, Magister en Ciencias de la Comunicación, Co-fundadora Asociación de Mujeres del Vino de Chile.

Entre cada bocado y cada sorbo de vino la experiencia se transforma y se visualizan conexiones nunca antes percibidas, mezcladas con sabores que van de lo dulce hasta lo amargo, encontrando en el alimento las grandes diferencias y sinsabores que se reflejan en nuestra sociedad. 

Pero muchas veces la inspiración se detiene ahí. De alguna forma nos han limitado, enseñado que en la mesa no se habla de temas polémicos, delicados o sensibles y mucho menos de política. Es decir, que para disfrutar lo comido, debemos suprimir la reflexión sobre un hecho tan rutinario, de apariencia inofensivo que, sin embargo, es uno de los actos más sofisticados, complejos y políticos que el ser humano pueda llevar a cabo.

La comida, servida en nuestras mesas hermosas, inundada de aromas que invitan a disfrutar, pareciera simplemente ser un espejismo en una especie de “desierto alimentario”, término que se usa en las ciencias sociales para referirse a aquellos territorios donde no existe nada “verde”. Concretamente, hace ilusión a aquellos sectores en los que sus habitantes no tienen acceso a opciones alimentarias saludables, en especial a frutas y verduras frescas, viéndose en la obligación de trasladarse largas distancias para poder acceder a ellas. En este camino siempre será más fácil rendirse a los estímulos de la comida ultra procesada, que goza de una libertad indecente, entre niveles abismantes de obesidad infantil en nuestro país. La tentación aparece justo en los momentos en que el hambre arrecia y los recursos son escasos, en un escenario donde casi tres millones de chilenos no tienen acceso regular a alimentos suficientemente nutritivos según el informe SOFI 2020, elaborado por la FAO para dar cuenta del estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo. 

Es en este mismo desierto alimentario que nos encontramos como sociedad, sumado a los estragos de la economía debido al coronavirus, que surgen con fuerza femenina respuestas de autogestión ante la urgencia, el desamparo y la falta de políticas públicas concretas. Tomando forma en ollas comunes, que revivieron desde épocas pasadas a partir del estallido social, fortaleciéndose durante la actual pandemia. Han llegado a ser la única fuente de alimentos de muchas familias. Acciones temerarias, lideradas en su mayoría por jefas de hogar, mujeres que, históricamente, se han recluido en la cocina, y ahora se trasladan, se organizan y se asocian, haciendo frente a las precariedades, el frío y la falta de recursos. Se han transformado en las nodrizas de aquellas comunidades huérfanas que llenan de verde-aunque sea por un instante-esos desiertos grises y sin vida. 

Quizás es contraproducente para una buena digestión afirmar, mientras tenemos la boca llena, que en Chile las políticas alimentarias aun no aseguran un acceso a todos sus ciudadanos a una alimentación justa, ética y segura. Mal que mal, ni si quiera es un derecho en la actual constitución. La situación comienza a cambiar a partir de la crisis que expresa el 18 de Octubre, permitiendo plantearse la necesidad urgente de hablar sobre el tema, seguido de propuestas para incluir el derecho a la alimentación como parte de un futuro pacto social. En ello, juegan un importante rol la iniciativa de grupos y comunidades que se organizan,  llevando de a poco la conciencia política a la cocina y llegando a la conclusión que el camino hacia un real cambio lo cocinamos entre todas y todos, a fuego lento, porque pasa también por nuestras mesas. 

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