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Cómo es ser niña en una residencia de protección

18 Marzo 2021
Llegó la hora de dejar la retórica y actuar, partiendo por desbaratar -a través de una persecución penal eficiente- las mafias que tienen identificadas a las niñas y adolescentes más vulnerables de Chile.
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authenticated user Corresponsal Aliado

Por Paulo Egenau, director social nacional del Hogar de Cristo

24 años lleva la ley de garantías de derechos de la infancia y la adolescencia debatiéndose en el Parlamento. Toda una vida, la que se traduce en muchas vidas y generaciones de niños y niñas, ahora, jóvenes, seriamente afectadas. Por eso, no por una ingeniosidad lingüística, el epígrafe del estudio “Ser niña en una residencia de protección en Chile”, es “Del Dicho al Derecho”. 

En 2017 presentamos con el mismo antetítulo otro estudio sobre un modelo de calidad de hogares de protección. Ahí demostrábamos que el sistema estaba colapsado y que si bien existían esfuerzos institucionales importantes, no estaba reparando, sino, en muchos casos, victimizaba aún más a quienes acogía. 

Una falencia de ese primer estudio –y del funcionamiento actual del sistema de protección– fue no considerar las profundas diferencias entre la población femenina y la masculina que vive en esos programas. Ellas arrastran más fractura, han sufrido más trauma, particularmente mayor violencia y abuso sexual e incluso han sido víctimas de explotación sexual comercial  que los niños. Y su respuesta a estas experiencias es mucho más compleja de tratar, ya que se traduce en mayores niveles de depresión, estrés postraumático, ideación e intentos suicidas, desórdenes alimentarios y conductas destructivas.

“Ser niña en una residencia de protección en Chile” es una mirada comprensiva desde la perspectiva de género a la pobreza y desigualdad. Su foco son niñas y jóvenes bajo cuidado del Estado, pero aplica a todas –niñas, jóvenes, adultas– que conjugan pobreza, vulnerabilidad, consumo problemático, situación de calle, alguna discapacidad física o mental, cierto origen étnico, son migrantes y todas las desventajas imaginables, sumadas al simple hecho de ser mujeres. Porque, en todo, ellas están atrás. 

Por eso, pedimos pasar “del dicho al derecho”; llegó la hora de dejar la retórica y actuar, partiendo por desbaratar -a través de una persecución penal eficiente- las mafias que tienen identificadas a las niñas y adolescentes más vulnerables de Chile para seducirlas con transacciones disfrazadas de apoyo, que ellas muchas veces confunden con amor. 

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