Las ironías de los animales del centro

20 Marzo 2006
Los perros de La Moneda
Yerko Yankovic >
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Diversas teorías intentan explicar cómo, desde cuándo y por qué estos perros han llegado a instalarse frente a La Moneda, en la plaza de la Constitución. El misterio es incluso motivo de tesis de investigación en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Chile, desde que un Intendente agotó, inútilmente, todos los medios para desalojar a los quiltros de la plaza.

Para ello no escatimó envenenamientos, esterilización de las hembras, acercamiento de perras en celo que los tentaban hasta el paroxismo para llevarlos a las orillas del Mapocho, o la eliminación de toda basura y detritus que les sirviera de alimentación.

Se sabe que lo primero que masculla un Intendente recién designado a sus asistentes es "a partir de mañana no quiero ver ni un perro desde mi ventana". Y es un hecho que tal propósito se ha convertido en el programa no escrito de todos los gobiernos regionales metropolitanos, con sus respectivas frustraciones y temores a que el Presidente se asome a su balcón y se pregunte qué hace mi Intendente que no elimina esa jauría de quiltros.

El Jefe de Protocolo de Palacio es quizás el que más sufre. Para cada visita ilustre debe aplicar un plan especial de ocultamiento de los perros para evitar, como ya ha sucedido, que se meen en la alfombra roja, se duerman delante del Director de la Banda de Carabineros cuando su batuta convoca los sones nacionales, se lancen a ladridos detrás de las ruedas de la limusina de un embajador o ingresen a palacio muy orondos, antes que la ilustre visita.

Los perros de La Moneda son la sorpresa de los turistas, ya que al descender de sus autobuses no se encuentran con los cóndores que visten los folletos de Sernatur, sino con esta variopinta, aunque pacífica, pandilla de canes de indefinibles razas. Pasada la primera sorpresa, suponen igualmente que estos animales son parte del paisaje y de la tradición republicana de un país tan raro como éste, donde todo el mundo puede entrar y salir libremente del palacio presidencial. En su periplo mundial, al descender de sus autobuses, siempre les esperan sorpresas como éstas. En la Plaza Roja de Moscú, en vez de perros, cuervos oscuros que salpican la nieve a la expectativa de las últimas cabritas de maíz lloviendo de una cola en dirección hacia la momia de Lenin. En la Plaza de San Marcos de Venecia, una manta de palomas extendida sobre los adoquines. Sólo en la plaza de Tiananmen, en China, no había nada, aparte de un pulcro silencio de vastedades deshabitadas y ellos sin saber qué fotografiar.

Los expertos en etología canina se preguntan qué es lo que les atrae de esta plaza árida y solemne, que sólo les ofrece la sombra alargada de estatuas egregias, el agua de una fuente cuyo agrio frescor comparten con guardaespaldas y choferes de ministros, el alero de autoridad de un carabinero de turno y un enorme espacio para mear a gusto. Parece que supieran que el secreto es no alterar el orden, no morder a nadie y cruzarse unas con otros fuera de las horas de servicio público.

No está claro si el poder necesita perros o viceversa, pero ambos han cohabitado siempre. Ejemplos sobran: en Estados Unidos son inseparables la imagen de Bush y Barney, un scottish terrier que tiene la Casa Blanca para sí solo. También la reina de Inglaterra se ha rodeado de blancos y hocicones bullterrier. Jorge Alessandri no tenía primera dama pero no le faltaba un enorme y pacifico dogo en su salón, mientras que el de su padre habita embalsamado un rincón de un museo público. En las estelas de faraones egipcios y autoridades incas siempre hay un perro.

Salvo las evidentes diferencias de clase, que como criterio resulta inapropiado para nuestra democracia republicana que ya no discrimina por razones de raza, género o clase, los perros, incluidos los nuestros, están en el lugar que les corresponde.

Ellos lo intuyen o quizás, derechamente, lo saben. Por eso no se extrañaron que, pese a su cercanía a La Moneda, el día en que la nueva Presidenta nombraba a sus ministros, a ellos nadie les llamara.

Comentarios

Imagen de gatoperromiau

la ciudad de los perros era

la ciudad de los perros era un proyecto que pretendia comprar un terreno y destinarlo a fundar un mundo paralelo con calles casas villas de perritos, la familia perruna x domiciliada en pasaje benjy 504.....bueno era una buena idea no creo que tanto asi pero es un derecho a coexistir con todos los seres, y los perros son dignos, no puedo decir lo mismo de los humanos