Conocemos bien a tres de los premiados, que nos hablan en sus vidas de Rancagua y su diversidad.
Mimi Jeldrez: La Violeta rancagüina
Es del Barrio Estación o del Centro (la conocí de niño cuando vivía con su madre en el Edificio Canala, allí en San Martín). Hippienta, cantora, artesa y alegre. Sus túnicas de colores muestran lo alegre que no se esconde. Se casó con un artesano, vivió en las poblaciones y comenzó a cantar “profesionalmente” en Rancagua, en Pichilemu y en muchas otras ciudades y pueblos, de festival del Tomate, del Choclo, de la Uva, del Chacolí. Tiene una voz impresionante; creó y anima el grupo folklórico del municipio y cantó “Gracias a la Vida”.
Oscar Insunza: el huaso-ranchero que no para de cantar
Oscar lleva treinta años en Rancagua y tiene su local de música en el Mercado, donde es un ídolo en ese mundo rural y rur-urbano, donde las rancheras, guarachas y otras yerbas hacen furor. Con su hit picarezco “El Animalito” lo hemos llevado a la fama incluso en República Dominicana (el chofer de un alemán lo reprodujo para las radios). Cantó en campañas con Arturo Jara, tiene una alegría desbordante y lo conocen en Chancón, y en todo rincón.
Rubén Gallardo: el Quijote de los libros en las ferias
Mi amigo Rubén tiene una familia prolífera y la ha sacado adelante a punta de difundir la lectura en las ferias libres de Rancagua En medio de tomates y verduras, se atrevió a vender los clásicos, el boom latinoamericano, viejas revistas y libros esotéricos. Tiene su clientela, es culto y con opiniones propias; lector agudo. Es un innovador, un “roto de la cultura” que alimenta el alma.
Esta rota y estos rotos son la fuerza cotidiana de una ciudad viva.