Arriba quemando el sol:
Arauco tiene una pena:
Maldigo el alto cielo:
En estricto rigor ésta columna debería ser, a la vez, escuche, lea y vea. Y es que con una sensibilidad inusual y un talento irrefutable, Violeta Parra se paseó por distintas formas de expresión artística, que van desde la música hasta la cerámica, pasando por la poesía y la pintura. De hecho sus telares, son la primera obra de un artista chileno expuestas en el renombrado Museo Louvre.
Nacida en San Carlos y vivida en la pequeña localidad de Lautaro durante su temprana niñez, Violeta creció entre el canto popular, la tierra, las máquinas de coser, el Río Cautín y las recurrentes enfermedades que padeció. Hacia 1927, ya en Chillán, su familia sufre el despido de su padre Nicanor, profesor de música, quien bebe para paliar la frustración. Durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo un gran numero de empleados fiscales son exonerados y su madre, Clarisa, cose, lava y hace lo imposible por mantener el hogar a flote. Así pasa los días Violeta, desarrollando su fascinación por el arte, desde el anonimato más profundo comienza a cultivar la semilla de su obra, que luego sería testimonio de esfuerzo y sacrificio.
Violeta Parra compone en sintonía con la tierra, su música parece florecer desde la contrariedad, parece abrirse paso entre el rastrojal para asomar en ese ápice fugaz de intensa belleza. Echando una mirada al mundo desde la inocencia, es capaz de comunicar con paciencia y estoicismo los deleites y ruinas de la vida; valiendose de melodías tradicionales y metáforas simples y parsimoniosas puede transmitir con elocuencia el estado de las cosas. Violeta es poseedora de una sensibilidad suprema que la hace oscilar entre la alegría y el desencanto, tal como se ve plasmado en sus cancigones, que se han convertido en himnos de la nostalgia, en himnos de la vida lenta y desvanecida.
La vida y obra de ésta artista son hoy frutos ya maduros y suculentos de nuestra historia. La naturaleza entrañable y sincera de sus canciones han sabido interpretarnos y deleitarnos. A quien hoy la Violeta no le despierte un querer, déjenme decirles, no está del todo sano.
Sus últimas composiciones revelan un estado de profunda desilusión y presagiaban la forma en que se daría su final. Ese final que, para mí, no la martiriza, más bien la consagra como una luchadora incansable. De su “Décimas, autobiografía en verso”:
“tomé la pluma en la mano
y fui llenando el papel
luego vine a comprender
que la escritura da calma
a los tormentos del alma
y en la mía que hay sobrantes;
hoy cantaré lo bastante
pa' dar el grito de alarma”
Los invito a escuchar y no dejar de recordar a esta “santa pura de greda” que nos regaló el labrantío.
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