Sewell y su encanto

27 Abril 2015

Cada 29 de abril se celebra el día del Sewellino, y me es imposible no acordarme de mi padre, abuelos, familiares, y todas esas familias quienes trabajaron y vivieron toda su vida en aquel campamento minero.

Corresponsal El... >
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Historias y legado de Sewell, la Ciudad de las Escaleras

Estoy orgulloso de ser hijo de Sewellino, y durante toda mi vida he escuchado lo hermoso que fue vivir en aquel lugar, al igual que su gente, la cual se destacó por ser esforzada y solidaria. 

Fueron miles de familias que con sueños y esperanzas llegaron a vivir a Sewell, y fueron largos años los que pasaron viviendo en medio de la cordillera, soportando crudos inviernos, en muchos casos con tres o cuatro metros de nieve, y el termómetro bajando a cero.

Aquel nacido y criado en Sewell, entiende estas palabras, donde la “Ciudad de las Escaleras”, era lo único que importaba, siendo quienes crecimos en este hermoso lugar, personas que hasta el día de hoy se sienten identificados con las historias que cuentan nuestros abuelos.

Ad portas de un nuevo aniversario de esta importante día, les quiero mostrar la introducción que escribió mi Padre, respecto a un cuento que el mismo escribió, de esta forma los invito a recordar con nostalgia y emoción, aquella montañas y escaleras que nos acompañaron por tantos años.

Sewell y su encanto

Sewell, ciudad del cobre, sufrida, noble y apacible como sus habitantes, construida en los flancos de un cerro a 2.200 metros de altura en plena cordillera de los andes, donde está ubicado el mineral “El Teniente”.

Sus edificios, camarotes, talleres y construcciones de todo tipo, de uno a cinco pisos de altura, van encaramándose escalonadamente desde los pies de la “cuidad de las escaleras”, hasta los requeríos de la cima de la montaña.

Allí no hay calles, solo escalinatas, veredas cortas y planos inclinados que a su vez conectan con otras escaleras. Podría decirse que son pocas las personas que van o vienen, más bien, la mayoría suben o bajan por la arteria principal de peldaños que comienzan con el murmullo de los ríos Coya y Teniente en la junta.

Sube caprichosamente por entre el laberinto de edificaciones y termina en la cumbre, desde donde en verano se aprecia un paisaje singular, sin vegetación, duro y hostil que no se compadece con la bonhomía y calor humano de sus habitantes. En invierno se contempla un albo manto blanco, inmaculado y puro como el amor de niños.

En 1950, su población era de unas once mil personas entre adultos y niños que ríen, lloraban, amaban y sufrían como todo el mundo. En su seno como en tantas ciudades, surgieron todo tipo de historias incluso algunas solo para enamorados, especialmente en los niños como estos autóctonos, tiernos y silvestres huilles cordilleranos que mantuvieron su encanto, a través de los años de subir y bajar escalones buscándose con la mirada y aunque fuera a la distancia compartir una sonrisa.

Ente ellos yo, que ignorante de sueños entraba a vivir un nuevo mundo diáfano y bello, lleno de desencantos e ilusiones. Todas aquellas que apenas pueden alcanzar a comprender unos doce años.

Juan Carlos Carrasco
Director de Administración y Operaciones
Santo Tomás Rancagua

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