Opinión: Sewell… Cómo te Extraño Sewell

29 Abril 2016

Columna del sewellino Juan Carlos Carrasco, Director de Administración y Operaciones de Santo Tomás Rancagua, en el marco del Día de Sewell que se conmemora hoy 29 de abril.

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Recuerdos, nostalgia, penas y alegrías de toda esa gente que partió y la que aún queda vienen a la mente en un nuevo aniversario del día sewellino. El 29 de abril de 1905, un decreto del Ministerio de Hacienda autorizó la instalación de la empresa norteamericana Braden Copper Company en Chile, para explotar el yacimiento El Teniente, que permanecía abandonado desde fines del siglo XIX.

Recordamos lo lindo que era nuestra cuidad de las escaleras, edificios para solteros y casados, la Americana sólo para Gringos. Cómo olvidar esa piscina temperada, el cine con los últimos estrenos, el hospital de lujo que era gratis, como la educación y otros servicios básicos. Pero lo mejor era su gente, buena gente, donde no existían los apellidos porque todos éramos una gran familia, esa gran familia cuyo único nombre y razón de ser era ser SEWELLINOS.

Sólo queda decir gracias Sewellinos por su nobleza, templanza y coraje. Muchas veces caminando con mis padres nos encontrábamos con gente y decían: “Son Sewellinos”. De la Quebrada del Diablo, Camarote 57… todos dejaron su legado en el tiempo.

Sewell, donde se vivía tranquilo y seguro. La gente disfrutaba de esas montañas, sus laderas, cómo cambiaba su tonalidad con las estaciones del año. Vivir en un lugar apartado, agreste y en invierno congelado. Sus muros, escaleras, esos techos llenos de nieve y las cornisas con el hielo congelado que parecían sables de cristal.

Cómo no recordar a mi padre, con un fragmento de su cuento: 

LA PANDILLA

Entre los años 1944 y 1949 en Sewell – ciudad de las escaleras, como dice el canto que unos curas compusieron en su honor – sucedieron hechos sin mayor trascendencia para los adultos del poblado. Pero que le dieron vida al mineral de cobre El Teniente y que pasaron a constituirse en los más gratos recuerdos de la gente menuda.

Allí no existían calles, árboles, jardines ni vehículos, sólo escaleras todo sentido, amén de los pasajes entre las construcciones y por los camarotes y edificios que sirven de viviendas a los habitantes. Esta accidentada conjunción, la naturaleza agreste del lugar, los altos cerros que lo rodean, los eternos picachos nevados y el aire seco de la altura, hacen del campamento el mejor parque de juegos que todo niño quisiera tener.

Cuando alguien preguntaba por alguna dirección, sobre todo los guarenes “recién llegados”, para ubicarlos se les señalaba algún punto de referencia de los muchos que existían, tales como: Punta de rieles, el mina, el 416, los cuatro camarotes, la cancha de patines, la estación, la junta, la americana, etc.

La gente era sana y noble, las mujeres y niños transitaban confiados por las escaleras hasta tarde en la noche, sin que nadie los molestara. Consecuencia de esto era la confianza de nuestros padres y, mientras fuimos testigos, nunca tuvimos que lamentar hechos trágicos. Salvo una que otra deserción en los grupos más grandes para cumplir con la palabra de hombre empeñada a alguna chiquilla, pero eso era el amor. Por lo demás, estaban los carabineros, la comisión antialcohólica, los serenos y Míster Morgan, celosos cuidadores del orden y tranquilidad del campamento.

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