Columna de opinión: Navidad en Sewell

Columna de opinión: Navidad en Sewell

21 Diciembre 2016

¡Feliz Navidad Sewellinos! Un recuerdo para todos en esta fecha llena de remembranzas, nostalgias y emociones de días qué no volverán. 

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Por: Juan Carlos Carrasco

Director de Administración y Operaciones

Santo Tomás Rancagua 

Quién no recuerda con nostalgia y alegría el transitar por esas escaleras con la ilusión de la venida del Viejito Pascuero, arregladas desde la Estación hasta el Camarote 149, iluminadas con hermosos adornos navideños, banderas y cómo cambiaba el aire de esas montañas con los aromas de Pan de Pascua. Los juegos en la plaza para los niños, los regalos para los ganadores, el permiso para el licor para los mayores y los famosos bailes de los clubes Social, Mina, Alianza y Cordillera. 

Este cuento es un hecho real. Lo escribió mi padre, Juan Carrasco, quien relata esa ilusión en un niño con la venida del Viejo Pascual. Qué etapa más maravillosa tener una esperanza y esa inocencia de sus miradas. 

Llegó Navidad 

Y llegó Navidad, el día que pasa el Viejito Pascual. Sin regalo para mi amigo Aurelio, sus hermanos encontraron sus regalos: una pelota en los zapatos de Humberto, una muñeca en las sandalias de su hermana y él, nada, por más que buscó, nada en sus zapatos. 

Ese día él pensó que había un error, se había portado bien y hasta el gato de la vecina ya no arrancaba cuándo lo veía llegar. Sin embargo, su madre le decía lo contrario, que era porfiado, desobediente y Dios, que lo estaba mirando le recomendó al Viejito Pascual, no llevarle el regalo pedido. 

Esa razón lo molestó todo el día. Y ese triste día sábado vio jugar a sus amigos a través de su ventana. En la tarde, para conformarse un poco, fue a una Fuente de Soda que en su vitrina tenía un árbol adornado con una guirnalda de burbujas que hacían bullir su alma y le alegraban el corazón. O el tren, instalado alrededor del escaparate, que piteaba, echaba humo, pasaba por un puente, un túnel y por debajo del árbol de Navidad. Este tren, en cada vuelta lo invitaba a la aventura, pero nunca se detenía. Siempre lo dejaba en la estación de sus sueños, mirando cómo se alejaban sus anhelos y su regalo que nunca llegó. 

Volvió a casa pensando cómo subirse al tren. Treparía al árbol y cuando el tren pasara saltaría sobre él. Apostaba que el maquinista sería el más sorprendido. Siguió tan ensimismado en sus cavilaciones que no se dio cuenta del tiempo hasta que llegó la hora de dormir. Aferrado a su almohada se preguntó: ¿Por qué mi mamá dice que el Señor me está mirando? ¿No será ella? ¿A lo mejor el Viejo Pascual no existe? ¿Y mi regalo? Quizás se perdió, ¿Quién lo encontró? Esta navidad le sabía muy amarga, donde su ilusión se fue esfumando y perdió su esperanza en el añorado regalo. Entonces ¿Quién tiene la culpa?... Mi madre, se respondía, y le dolía pensar que ella podía ser culpable. 

Se acomodó en su cama y medio dormido se vio trepando entre nubes a la más alta de las montañas de El Teniente. Por el sendero de la inocencia iba subiendo bien alto, lo más cercano a Dios para que él pudiera escucharlo y preguntarle que había hecho mal, para no recibir regalo. Llegar a la cima y contemplar desde lo alto el poblado de Sewell le causó asombro. Suspiró, sintió el aire fresco de la mañana y el pecho abierto por el cansancio. De repente, una voz que tronó en el espacio:

¿Quién se ha atrevido a herirte? Dímelo y lanzaré un rayo para matarle. Lo primero que se vino a su mente fue la imagen de su madre. ¡No!, gritó Aurelio, esta herida en mi pecho es de pena. Mi madre no es culpable ¡no por favor! A ella no, imploró. 

¡PUM! Sonó el pelotazo que golpeó la puerta de su dormitorio y que servía de arco al juego de su hermano Humberto. Al escuchar el ruido despertó confuso. Cuando logró despabilarse después del susto, una sensación de alivio se fue apoderando de él. Todo había sido una pesadilla, como cuando lo seguían los serenos (Funcionarios Protección Planta). Ese domingo sería Nochebuena, se levantó un poco malhumorado porque aún tenía arena en los ojos y de nuevo volvió a sentirse triste después que su mama silenciosamente le sirvió el desayuno. Entonces, para atenuar su desilusión, salió de casa a recorrer sin rumbo fijo las escalinatas del campamento. 

Bajando escaleras, sus pasos lo llevaron al Centro Comercial y mirando los escaparates llegó hasta la Librería Manríquez, donde aún quedaban algunos juguetes rezagados en vitrina. En lo alto de un rincón, un cartel que decía: “Premios de Navidad a los mejores clientes: Primer Lugar – Aurelio”. Más abajo, un camión de bomberos uniformados y sentados a los lados como para un desfile. Al centro, una tarjeta que indicaba primer premio. 

¡Qué alegría más grande, no le cabía en el pecho! Mirándolo extasiado pensó: “¡Entonces el Viejito Pascual existe! Sabía que me porté bien ¡ah! y tal vez para no enojar a Dios ni a mi mamá, me lo mandó de este modo. Es encachado el Viejito. Pero hoy es Nochebuena y no abren mañana… Puchas el día pa’ largo”. 

De pronto, salió de sus conjeturas y poco a poco se dio cuenta de la realidad y lleno de alborozo salió corriendo: “Voy a contarle a mi mamá”, les dijo a unas personas que vitrineaban y que lo miraron pasar extrañados. Mientras corría subiendo los escalones repetía: “El Viejito Pascual existe, existe, existe”. 

¡Feliz Navidad Sewellinos! Un recuerdo para todos en esta fecha llena de remembranzas, nostalgias y emociones de días qué no volverán. Sólo los mejores deseos, muchas felicidades para los que están y el recuerdo de los que partieron de la “Ciudad de las Escaleras”.