La Asamblea Constituyente: acabar con nuestra violencia política institucional

La Asamblea Constituyente: acabar con nuestra violencia política institucional

24 Diciembre 2012
La Asamblea Constituyente: acabar con nuestra violencia política institucional.
Edison Ortiz G >
authenticated user Corresponsal

Una inmensa gazmoñería figuraría en nuestro blasón institucional, aunque por debajo, dicho emblema estaría manchado con la sangre de miles de chilenos que soñaron otro país.

Y es que nuestro orden – ese que se llama portaliano – se construyó a punta de bayonetas durante el siglo XIX, sin discusión, menos consenso,  y acabó con la muerte, exilio, o silencio de los disidentes. Así fue como carrerinos primero, y federales después, deambularon entre el patíbulo, la cárcel o el extrañamiento. Es curioso que esa paz de los cementerios, pudiera haber convivido tan cerca  del puterío y las chinganas. Sí  el orden se imponía por la fuerza, el sexo se podía fácilmente comprar en los burdeles por nuestros héroes patrios. Portales sabía mucho de ello.

Y es que, desde siempre, los chilenos nos hemos acostumbrado  a convivir con ordenamientos impuestos a la fuerza por pocos, que han terminado encorsetando  al complejo cuerpo social, siempre dinámico y cambiante, en una camisa de fuerza que, cada cierto tiempo, revienta y produce olas de violencia política – 1837,1851, 1858, 1891, 1920, 1957, 1973 y recientemente el periodo 1983-86 – con costos tremendos para el estado y con un daño a la convivencia cívica irreparable. A cien años de 1891, aún se pudo observar el odio generado una centuria antes.

A propósito de la creciente demanda por una asamblea constituyente, haciendo una investigación sobre rebeldes y cooptados, en el siglo XIX, personificados en  José Miguel Infante y Manuel Antonio Matta respectivamente, nos volvimos a topar con la demanda histórica en 1858. Fue convocada para el 12 de diciembre a las 13:00 horas en el  club de La Unión. Razones había de sobra: el presidente Montt había endurecido el autoritarismo e intervencionismo electoral en pos de imponer a su candidato a la presidencia, su ministro Antonio Varas. El gobierno reaccionó violentamente, decretó el estado de sitio, encarceló a los asistentes, y decreto la pena de muerte de sus organizadores: Benjamín Vicuña Mackenna, Ángel Custodio Gallo y el propio Manuel Antonio Matta, tuvieron que aceptar el exilio, para no terminar muriendo en el patíbulo.

La revolución del Coligue quedó en la memoria como un nuevo y frustrado intento por construir una institucionalidad más inclusiva que diera cuenta   más del Chile de 1860, que del 1830. Pero los de arriba no quisieron, y la sociedad siguió acumulando rabia que fue saciada transitoriamente hacia afuera mediante la Guerra del  Pacífico, pero que rebrotó nuevamente en 1891. Por su parte la lección de los “rebeldes”, no fue menor: Matta, a su regreso, y ayudado también por las medidas conciliatorias  de  Pérez Mascayano, terminó siendo “cooptado” y, de rebelde en 1858, se transformó en conservador en 1891 oponiéndose a la administración reformistas de Balmaceda.

Hoy, un segmento importante de la sociedad chilena vuelve a plantear con mucha fuerza la idea de una asamblea constituyente. Motivos hay de sobra. Yo me quedó con uno: construir  de una vez y para siempre, uno orden habermasiano, dialogado entre por todos. Los chilenos ya no soportamos más violencia histórica. Y hemos decidido ‘fumar opio’, antes que seguir alcoholizados en nuestra histórica violencia política-institucional que tanto gusta a derechas e izquierdas.