Buenas conversaciones, buenos futuros
La cosecha de una mala siembra
Una alimentación sin carne ni productos lácteos es la que menos contribuye a la emisión de gases tóxicos de efecto invernadero.
Juan Lama Ortega >
authenticated user CorresponsalUn estudio publicado por el
Instituto para la Investigación Económica Ecológica (IÖW) sobre los efectos de la
agricultura en el clima, dio como resultado que solamente una drástica
reducción de la producción de carne puede hacer que la agricultura resista
mejor el clima actual. Además, se dijo que lo más importante para el clima
es la forma de alimentarse, es decir, qué cantidad de productos cárnicos y
lácteos consume cada persona. También se podrían ahorrar millones de
toneladas de gas metano, que es liberado durante el proceso de la
digestión de las vacas y de la descomposición de los abonos. Para producir
un kilo de carne, los ganaderos tienen que dar a sus vacas 15 kilos de
cereal y 30 kilos de pasto verde. El cereal necesita abonos, que a su vez
consumen mucha energía para su fabricación. Por eso hace años que los
expertos del clima están advirtiendo de la gran cantidad de carbono que
resulta de la producción de carne.
Una alimentación sin carne ni
productos lácteos es la que menos contribuye a la emisión de gases tóxicos
de efecto invernadero, en comparación a cuando se come todo tipo de
alimentos. No obstante, sea el cultivo convencional o biológico, para
efectos del clima el daño para éste persiste, aunque el cultivo biológico
por lo menos no utiliza pesticidas, insecticidas y otros productos
químicos, que tienen otras consecuencias no menos dañinas.
A este derroche de terrenos y productos agrícolas hay que agregar el
creciente reemplazo del combustible para transporte en base a petróleo por
maíz, soja, y otros tipos de
plantas, con lo cual la situación de la alimentación de la población
mundial no se solucionará, aunque tal vez y por un cierto tiempo se viaje
gastando menos dinero en combustible pero con el estómago más vacío.
Todo esto sucede a pesar de que hace ya tiempo que los investigadores han
comprobado que la agricultura convencional es la rama de la economía que
daña el medio ambiente de la forma más intensa, contaminando no sólo las
aguas subterráneas, dañando ríos, lagos y mares, sino que disminuye
también la fertilidad de los suelos, reduce la variedad de especies,
destruye su hábitat y emite el doble de gases de efecto invernadero que la
agricultura biológica.
De acuerdo con cálculos de la
UNESCO, en todo el mundo sufren de hambre más de mil
millones de personas por razones sociales y políticas, pero para combatir
el hambre no habría que aumentar los rendimientos, como por ejemplo
preconiza la industria de la tecnología genética. Jean Ziegler, el ex
enviado especial de la ONU
para el derecho a la alimentación, estableció no hace mucho tiempo que si
se considerara el rendimiento agrícola mundial en su totalidad, se podría
alimentar al doble de personas de las que viven actualmente en nuestro
planeta.
Pero ya que estamos hablando de la agricultura, si se toma ahora en cuenta
la desastrosa situación del clima y las muchas otras secuelas descritas
anteriormente, a raíz de los problemas que ocasiona el agro mal entendido
y explotado, ¿no sería hora de pensar en aquella ley bíblica de que el ser
humano cosechará lo que siembre? Y si no se cree en ello, se podría
recordar que también la ciencia habla de causa y efecto, de acción y
reacción, por lo que sería conveniente que cada persona pensara en qué parte
le corresponde en este embrollo de consecuencias tan fatales para toda la
humanidad y lo que quiere cambiar en su vida, antes de que la reacción, el
efecto, la cosecha le sorprenda el día menos pensado. El clima, el aire,
las aguas, los animales, la naturaleza en general y millones de habitantes
de los países pobres ya lo están sufriendo. La crisis económica es sin
duda otro signo premonitorio de lo que se avecina a los países más ricos.