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La reclusión del asombroso Peter Sales

05 Abril 2006
Casi sin salir de su dormitorio permanece una figura básica del teatro y la pintura local.
Maria Loreto Co... >
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Lo de Peter es un capricho.
Lo de Sales, la pretensión de la sonoridad de un apellido infrecuente.
Pero el muy gitano Nicolich es por la joven que varias décadas atrás le robó el sueño.

Peter Sales Nicolich, es pintor, iluminador, escenógrafo, actor, mueblista, jardinero, constructor y últimamente dramaturgo.

En la Población O’Higgins los vecinos lo recuerdan como el hombre que montó una exposición colgando los cuadros en las ramas de los árboles, el adelantado que vistió de formas y colores las grises panderetas y el maestro de arte de decenas de niños. Ahora, en la modesta habitación que él mismo levantó en el patio para aislarse de su familia cual ermitaño, explora una de las escasas facetas que no desarrolló con la compañía que fundó: el Tiara.

Y es que las historias nunca acaban cuando se conversa con él. Siendo muy joven una máquina para hacer tallarines cercenó su diestra. La medicina recuperó la estética, pero no la funcionalidad, lo que lo movió a partir de cero con su mano izquierda. Su mejor producción artística la debe a su siniestra. Lóbregos paisajes de troncos mutilados, océanos infinitos, rostros de ojos tristes. Las obras se sucedieron una tras otra en forma compulsiva. Si no había óleo, buena era la pintura de géneros o la ceniza de los fósforos. A falta de telas apropiadas, utilizó sacos de harina, el reverso de viejos tapices o planchas de madera barata.

Luego vinieron las tablas con éxitos de taquilla como La Nona y Tres Noches de un Sábado, en el Sindicato Sewell y Mina, donde interpretó roles inolvidables: el de un suplementero obligado a casarse con una anciana de apetito descomunal y el del nochero de un hotel sin ninguna estrella. Tras bambalinas, Peter fue el responsable de ornamentados escenarios que arrancaron expresiones de admiración de la tribuna.

¿Por qué un hombre de su altura vive encerrado entre cuatro paredes?

La mala salud.

Si no es la presión alta, es la diabetes, el dolor de huesos, la molestia en la espalda y más que todo, la depresión que con insistencia se le aparece como un espectro difícil de olvidar.

A pesar de los pesares, desde fines del año pasado este hombre sexagenario que aún recorre Rancagua en bicicleta, ha escrito una decena de obras. Piezas que sueña ver un día, cercano ojalá, montadas por los actores de su querida casa: el Tiara.

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