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Terremoto en Rancagua: La Vivencia Ciudadana

28 Febrero 2010
La naturaleza es impredecible, superior, única. Es hermosa, inigualable, especial y, en Chile, su belleza nos llena de orgullo. Sin embargo, siempre hay un pero. ¡Cuéntanos cómo viviste el terremoto! Por Silvia Miranda.
Silvia Angélica... >
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Tengo el gusto de narrar experiencias de nuestra ciudad, de familia, culturales, sociales… todo con el fin de entretener, aprender y compartir. Esta vez, me tocó vivir –como muchos- la experiencia de un terremoto nocturno. Y lo haré, con la idea que cada uno de ustedes nos cuente su poco agradable vivencia.
Me encontraba sola, y – al parecer- el simple remezón, sería como cualquiera de otros anteriores, sólo que se fueron añadiendo factores que me hicieron pensar en un terremoto. El problema es que me encontraba sola, sin luz, con las llaves extraviadas, por lo tanto, me tocó enfrentar la situación a como diera lugar.
Con una tranquilidad demasiado inmensa, me iba de un lado a otro al interior del departamento, chocaba contra la paredes, sentía un ruido infernal… las llaves no aparecían. Sin zapatos recorría la casa, como un hielo al interior de una juguera en funcionamiento, tropezándome con trozos de loza y vidrio. Al puro tacto, y después de haber soportado el gran sacudón, el deseo de salir, abrir mi puerta y poder unirme a la situación, junto a mis vecinos, recién encuentro la llave que me permitiría salir de la coctelera. Faltaba algo más: La puerta estaba descuadrada.

Cae parte del Convento La Merced
Plena Plaza de los Héroes. Estuve, muy tranquila (junto a mi familia, ya todos reunidos) en los jardines del Edificio anexo a ex INP. Ahí me mantuve, pero desde ese lugar pude sentir las ambulancias, vehículos de bomberos y Carabineros que analizaban la caída de un ala de la Iglesia de la Merced, de la cual fui testigo. Ya las luces de la Oficina Nacional de Emergencia estaban encendidas y se encontraban trabajando, de lleno, en su labor. Movimiento de gente a cada minuto, trozos de vidrio que caían uno tras otro… Sólo pedía que amaneciera para ver la magnitud de esta cruel visita nocturna. Por la mañana, reapareció la reportera, la valiente, la que se atrevió a recorrer – a pesar de algunas réplicas- algunos lugares.

Me dio una pena muy grande al ver que el Convento de la Merced estaba perdiendo parte de su infraestructura. Pude comprobar que, precisamente, todos los edificios a los cuales, anteriormente, les he sacado una tímida sonrisa, mientras pedían: “¡No quiero seguir viviendo!”… habían caído en la desolación de esa noche infernal.
Me encontré con jóvenes durmiendo en los bancos cercanos a la Plaza de los Héroes. También presencié, en el preciso momento de la llegada del dueño de Carnicería Urzúa, cuando éste se encontró con sus vitrinas reventadas por verdaderas rocas caídas de las paredes de su negocio. Admiré su tranquilidad, al menos eso era lo que proyectaba.
Seguí caminando y me encontré con otros dormilones en calle Alameda… fue precisamente en ese lugar cuando no pude seguir fotografiando. Me apené por mi gente rancagüina… me apené por todos los chilenos, especialmente por los que perdieron mucho de sus logros… por las vidas, por la crueldad de la naturaleza… aquella que provoca agreste soledad. Pero la vida continúa, no es eterno el pesar; y tenemos que ocuparnos de apoyar a quienes están necesitando de palabras, de ayuda física, de aportes materiales. Pido, a través de esta tribuna- un poco de comprensión. Por favor. No nos encerremos en nuestras casas, porque, al lado, pueden estar necesitándonos.
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