Yo no tengo SIDA, creo…
La verdad es que me sorprendí de mí misma. Mi gran irresponsabilidad frente al tema de las enfermedades de transmisión sexual. Una amiga me confesó que por fin, después de cuatro meses de una fogosa relación de pareja que envidio, ella y el macho en cuestión habían optado por dejar de ocupar condón. “Eso sí”, me aclaró con certeza mientras se comía una torta tres leches, “antes nos vamos a ir a hacer un examen de SIDA”.
Yo me atoré con mi barros jarpa (¿o luco? Nunca sé la diferencia) y me di cuenta que en realidad yo pensaba que eso de pedir examen de SIDA era algo que solamente ocurría en las películas gringas o en las teleseries venezolanas, en cuyo caso es evidente que el examen tiene que salir positivo. Me di cuenta que si alguien me pidiera un examen a mí, yo me sentiría ofendida y al mismo tiempo me horroricé de mi cartuchismo irresponsable y poco consecuente con mis ideales de liberalidad sexual (que no es lo mismo que libertinaje.)
Bueno, en resumen, me di cuenta ahí que nunca me he hecho un examen de SIDA en mi vida y que he confiado ciegamente en muchas parejas que, aunque estables, nunca me exigieron ningún tipo de prueba para omitir el profiláctico de nuestra vida sexual y relegarlo al velador.
El VIH (acrónimo de Virus de la Inmunodeficiencia Humana) es el agente infeccioso determinante del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Lo cual parece bastante ajeno a cualquier enfermedad que una haya tenido. Fue así como me puse a pensar el por qué una resulta tan quisquillosa y exigente para algunas cosas menos trascendentales que las enfermedades venéreas. Llegué a la conclusión que, efectivamente, el SIDA está rodeado de ciertos mitos que, aunque tontos y casi ridículos, me alcanzaron.
El primero de ellos es que tener SIDA es menos probable que quedar embarazada. Una piensa que el condón lo usa solamente como un medio de protección y método anticonceptivo, sin embargo, cumple además otra función importantísima: prevenir enfermedades de transmisión sexual.
Una tiene una idea bastante alejada de lo que podría ser el VIH principalmente porque se mueve en un círculo en donde no es común, lo que nos lleva al segundo precepto errado: no conozco a nadie con SIDA por ende, no me preocupa.
La verdad es que no conocer a nadie con VIH no es excusa para pensar que esto no exista. Es casi un argumento tan ciego como aquel que norma sobre la burbuja en la que a veces nos encerramos, creyendo que somos invencibles y que cierto tipo de cosas no nos pasan a nosotros.
Otro mito, es aquel que habla sobre el hecho de la pareja única. Tener una pareja única no es asegurarse la inmunidad frente a una enfermedad de transmisión sexual. La verdad es que son muchos los casos de hombres que ya casados contagian a sus mujeres. Estos casos no son aislados, y no corresponden solamente a los reportajes de la TV sino que ocurren en la vida real y una no esta libre de nada. Por lo general, decidir pololear con alguien no basta como para entregarse así no más, sin protección, porque una jamás sabe por donde ha pasado tu pareja antes, o peor, las parejas de tus parejas o las parejas de las parejas de tus parejas.
Por último, esta el tema de los niños bien. Este niño bien, de apellido con doble erre, jamás tendría SIDA. Eso no es verdad. Lo cierto es que el VIH es una enfermedad pluralista, democrática y que no diferencia sexos, razas ni clases sociales. El niño bien, puede finalmente tener lo mismo que cualquier otro niño “mal”.
Después de esta reflexión horrenda, me di cuenta de mi irresponsabilidad. Me di cuenta también que es de suma urgencia hacerse un examen de SIDA pero que también me da un miedo atroz poder obtener un resultado que no quiera escuchar y tener que exponerme a esa señora enfermera que me hará preguntas de mis bizarras prácticas sexuales. Por si acaso y sólo para ser coherente conmigo misma le pedí a mi ginecóloga una orden para el examen. Me lo haré, lo prometo… pero en tres meses más, para poder tener una muestra que incluya mi última relación.