“La extraña Pasajera” Mi excusa para un viaje emocionante a la infancia

“La extraña Pasajera” Mi excusa para un viaje emocionante a la infancia

03 Abril 2006
La reina rocca, mi antigua directora de colegio, la esposa de “Don Manuel” (QEPD), la mujer que hizo de mis primeros años una burbuja de alegría, de aprendizaje, de enseñanza, la primera mujer directora.
Miguel Vallejo >
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“La extraña pasajera”, es su título. Un recocido, sin que ofenda a nadie, de “cuentos que tenía olvidados en algunos roperos, y que un día seleccionando los saqué y pensé que podrían ser publicados”, como afirma una de las mujeres más importantes de mi vida, sin reconocer mi rostro. Ha visto muchos, de eso estoy seguro.

Regina Royo Cabrera es su nombre. Miss Regina, como siempre la conocí mientras me mantuve como alumno del “Hans Christian Andersen”, colegio (hoy pomposamente llamado “Instituto”) al que no entraba hace catorce años, y que ayer fue una inyección de emoción, recuerdos y algunas tristeza, directas a la vena para quien redacta.

Su actual “rector” (en mi tiempo la Miss Regina era directora, solamente), es Julio Vera Royo, Periodista creo. El mismo que me dijo, cuando yo tenía diez años y cursaba cuarto básico, que no servía para el club de Periodismo Escolar, ya que no me sabía el nombre del Intendente de aquel tiempo. Quince años después supe, que siempre supe que se llamaba Juan Nuñez Valenzuela, y que luego fue muchas otras cosas, y que hace poco dejo de ser Intendente. Las vueltas de la vida. La rememoración de uno de los dolores más grandes de mi infancia. Que me hubieran cortado las alas tan cabro, eso no se lo doy a nadie. Pero gracias al actual “rector”, hoy soy lo que siempre quise ser… Periodista. Gracias Julio, de todo corazón.

En fin. La presentación del libro se dio en un ambiente natural para mi, pero estilizado. Claro, ya habían pasado trece años del día que me fui, porque a mi papá no le alcanzaba para pagar la plata de la mensualidad. Recuerdo que de un año para otro, y sin que nadie dijera nada (como siempre), el amable colegio, y sus amables sostenedores, decidieron quitarle la categoría de particular subvencionado, donde se pagaba una cuota anual reducida, para dejarlo en particular, no más. Empezaron a cobrar harta plata mensual. No recuerdo cuanta, pero todavía siento la almohada mojada de tanto llorar cuando mi papá, con impotencia y casi con lágrimas en los ojos, me dijo “lo siento, pero no puedo”.

La actividad seguía. Y las palabras de resumen estaban a cargo de Mario Noceti, profesor del Colegio y quien también ha tenido algunas incursiones en la literatura, infantil por cierto. No recuerdo que dijo, pero se estila que sea una visión acerca de un tema atacado en la obra. Ahora me acordé. Fue acerca de la soledad de una viajera y las dudas de una mujer copuchenta por saber que le pasaba… o algo por el estilo. (No tomé notas, disculpen).

Extraños rostros conocidos

Yo ya me estaba hartando de tantas palabras bellas, cuando empecé a distinguir los rostros envejecidos de mis primeras maestras. Y me vino a la memoria el día entré a ese colegio por primera vez, siendo un mocoso de 8 años, que iba a cursar su segundo básico en un colegio elegido por la “disciplina” de la que carecía, según mi papá, la institución que estaba antes, y que hoy se llama San Fernando College y al cual actualmente cuesta mucho entrar, debido a su alta exigencia disciplinaria. Plop y repito demasiadas veces la palabra colegio, lo se.

Me estoy alargando, pero lo siento, me invitaron a escribir. Ya. Me encontré con la Miss Alicia, la profesora regordeta, tiernucha, amable y directa, que me enseño el primer día a decir “Good Morning, miss Alicia!“. Que me retó cuando llegaba todo sucio después de jugar a la pelota bajo un parrón que, obviamente, con el paso del tiempo dio lugar al cemento. Llegué en el número cuarenta y siete de la lista al “Hans Christian Anderse”. Usé bicoca y bermudas, que se dejaron de usar el día que se murió el fabricante de las bicocas. Llegué a bordo del furgón escolar del tío Carmelo, con muchas dudas, con muchas ganas de hacer cosas, con la ilusión de un niño que después aprendió a abrirse al mundo tal cual era. No importando a quien le molestara.

Volví catorce años después apagando un cigarro a la entrada, y con mi cara llena de alegría al comenzar a reconocer las caras. “Este lugar significa alegría, emoción y una gran cuota de tristeza”, le dije a Miss Hertha, alguien que jamás me hizo clases, pero que siempre conocí, y admiré.

El Hans Christian Andersen quedó hace tiempo atrás para mi. Forma parte de mi historia. Después de eso, fui a hacerme adolescente a la Escuela D-408 de San Fernando, donde aprendí cosas buenas y malas, donde los pisos se enceraban con petroleo, porque no alcanzaba la plata de la Corporación Municipal para más, donde me enamoré imposiblemente por primera y única vez, y donde supe lo que era un profesor normalista acostumbrado a golpear cada vez que no se hacía entender racionalmente. A mi me dio una vez, pero mi papá, mi héroe de ficción, lo paró en seco, y por Secretaría. Mi viejo no suele ensuciarse las manos. Luego vino el querido Liceo Comercial. Y más tarde la universidad, con todo lo que eso significó para mi. Pero esa es otra historia.

En lo concreto, la “Reina Rocca”, Miss Regina Royo Cabrera, la esposa de “Don Manuel”, la madre del actual “Rector”, y una potente imagen de mi infancia, como se lo dije, presentó su onceavo rosal, su undécimo libro. Se llama “La Extraña Pasajera” y no estoy seguro de lo que vaya a leer. Yo ando pegado en Fiodor por estos días.

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Miguel... (perdona que dude

Miguel... (perdona que dude que seas periodista... o te regalaron el título????) siento que aún sufres, debes ser muy desgraciado como para escribir así... te sugiero que te hagas ver con un profesional...