Simplemente deplorable. Esta semana recordamos a fuerza de atajadas que nuestro “deporte nacional” es el rodeo.

¿Pura coincidencia?

¿Síntoma de los tiempos?

¿Exaltación de la fuerza sobre la razón?

Desde 1962, el rodeo es nuestro deporte nacional, un estatus otorgado por el Comite Olimpico de Chile.

Sí, el mismo sangriento espectáculo que año tras año celebra la crueldad contra los animales concediendo trofeos a la dupla más avasalladora.

¿Acaso la desigual batalla que tiene lugar en la medialuna posee una connotación superior a la proeza de remitir un balón al centro del arco? ¿O a lanzar una pelota de tenis, saltar una valla o entregar el testimonio a un atleta?

Si hace seis años, una investigación de la Unicef determinó que el 70 por ciento de los niños y niñas chilenos ha sido víctima de violencia en algún grado; y las cifras de maltrato hacia la mujer indican que una de cada cuatro compatriotas ha sufrido golpes, abuso psicológico o sexual, las atajadas de los novillos sólo avalan la consecuencia de nuestra nación. La brutalidad es el ejercicio físico que nos mantiene en forma.

La funesta costumbre se remonta a los tiempos de García Hurtado de Mendoza como gobernador de Chile, cuando los huasos arreaban y marcaban el ganado en la plaza pública a falta de espacios bien establecidos para el deambular de los animales. La práctica se refinó. Carlos Ibáñez del Campo legisla, los criadores se agrupan y hoy existen 200 medialunas oficiales donde se organizan torneos durante todo el año.

Singular deporte. Para muestra estos botones. El novillo apto para la corrida pesa entre 400 y 500 kilos, para equiparar su contextura con la del caballo. No debe haber participado antes de otra competencia. Mientras más tierno mejor, pues así no se rehúsa a correr. Los puntos obtenidos por la collera dependen de la zona de la anatomía donde se produce la atajada: el cogote, la paleta o la costilla. Cada cual da más puntaje que el anterior.

El rodeo es tan reprochable como las corridas de toros, la barbarie de San Fermín, las peleas de perros y el trabajo de los animales incluso en el más aristocrático de los circos.

Bajo inútiles ornamentos como la “fiesta criolla” o “tradición huasa” se oculta el más ruin instinto maltratador.