Esta claro que cuando nuestro entorno se transforma en cotidiano ya no aspiramos a algo mejor, es la rutina la que nos hace invisible el lugar donde habitamos. No obstante, la ciudad esta llena de vida o de lo que podría ser vida. Basta con dar un paseo pequeño dentro del entorno más céntrico de la ciudad y verán como las piletas creadas para embellecer el ambiente con juegos de agua, están simplemente a la deriva y en esa tierra de nadie sólo tienen un destino; la desaparición.

Es penoso ver como la pareja de la alameda, antaño motivo de orgullo de incluso postal obligada para el visitante, está en deplorables condiciones. Sí funcionáramos como se debe no estaríamos hablando. No es de mucho pensar y darse cuenta que al tener agua por lo menos esas manos “poco artísticas” que intervienen en la obra la pensarían dos veces.

¿Hace cuánto inauguraron la plaza? No lo recuerdo bien, pero hace más de diez años no, entonces por qué las piletas de la plaza de armas pareciesen sobrevivientes al terremoto del ochenta y cinco. Nuevamente la teoría es la misma; el agua no es la responsable sino que de la que carecen para por lo menos haber tenido una “vida útil” más longeva.

Otra pileta, y ésta si que es “joven”, es la de la nueva fachada del añoso Liceo Oscar Castro, puesto que sin una molécula del vital elemento se ha quedado en donde las poesías del poeta sólo por unos meses fueron acompañadas por armónicos chorros de agua.

Sé que las cuentas de agua son caras, sé que el porcentaje de agua potable en el mundo es muy bajo, pero me encantaría saber por qué nuestras piletas están sumidas es un descuido tremendo, lo que las ha llevado de ser una gran atracción y un elemento armónico del paisaje, a ser un elemento en desuso que ni siquiera nuestros ojos en un taco en la alameda se detienen a mirar.