Durante mucho tiempo hemos escuchado que en Rancagua no pasa nada, que el verano es muy FOME, y que las únicas entretenciones regionales se encuentran en el balneario de Pichilemu. Hasta hace poco yo pensaba lo mismo, de hecho mi idea era no volver a mi ciudad natal y quedarme habitando en la Quinta Región. Pero este verano creo que Rancagua ya no duerme mucha siesta.
En estos 2 meses que he podido estar transitando por calles como Estado o Gamero y además, espero los fines se semana para ver cómo rompo la rutina de la agobiante semana, he observado una variedad de eventos que no sólo han dejado millones a nuestra zona, como fue el caso de la Copa Davis, sino que han contribuido para que la comunidad apague sus televisores y se disponga a salir unas horas de sus hogares.
Ciclos de cine, obras de teatro, música, exposiciones, deporte, ferias costumbritas, e incluso cosas más cercanas aún, y que pocos saben apreciar, han estado en nuestras calles y en los espacios que se han dispuesto para provocar el encuentro de los ciudadanos. Toda una justificación para que podamos decir que tenemos una política cultural en nuestro territorio minero.
En este sentido, estoy pensando en que nuestra ciudad, en la que a muchos no les daban ganas de vivir y que ha recibido nombres como el patio trasero de Santiago, está siendo parte de un proyecto colectivo, donde desde una suma de inquietudes individuales se abre espacio para intereses masivos.
Por ejemplo, ayer estuve precisamente en un lugar que se llama Plaza Gladys Marín y que está ubicado geográficamente en la población Diego Portales, el que fue construido gracias a la movilización de sus lugareños. Este sitio, que es una plazuela pensada para buscar la recreación, tiene un año de vigencia y nació básicamente con el propósito de entregar construcciones y equipamientos para que los niños pasen sus tardes.
Hago el alcance de este lugar y de lo que produce, porque si bien no es un sitio que se ha sido diseñado para actos masivos, también es un recinto donde diariamente se realiza cultura, las mismas manifestaciones culturales que pocos saben distinguir, y que aun prefieren aceptar la “cultura pagada”.
A su modo, los vecinos intervienen el lugar que les fue dado y se relacionan con su entorno y con la naturaleza, lo que produce que a la larga estas acciones se conviertan experiencias que llevan a una construcción real de recuperación de la memoria del barrial.
Este “Arte Público”, a mi modo de ver las cosas, es comparable con obras de arte, con conciertos, museos, y con todo tipo de materializaciones que las personas desean construir; por lo mismo, es una buena forma de hacer las cosas, cuando se crean lugares para el esparcimiento... ojalá estas acciones sean imitadas.