CRÍTICA EXISTENCIAL: Políticos

CRÍTICA EXISTENCIAL: Políticos

23 Marzo 2008
Estas personas que deciden por el resto, tan serias y preocupadas por su gente, andan por ahí derrochando simpatía y buenas intenciones. Acá, la experiencia de toparse con uno de estos curiosos especímenes.
Camilo Rojas >
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El otro día me tocó ir de acompañante a un matrimonio pituco. Comida rica, harto elemento etílico, elegancia y esas cosas. Todo iba bien, hasta que un sujeto de anteojos me saludó de un apretón de manos, preguntándome que cómo iba mi carrera política. El hombre estaba borracho, y en su comentario parecía haber una especie de broma, razón por la cual –y considerando además que yo estaba bastante jovial a esas alturas del jolgorio– decidí responderle con una sonrisa y un palmazo en la espalda, para luego proceder a dar media vuelta y seguir tratando de hacer algo por el baile. Pero el hombre se puso justo entre mi pareja y yo, y, dándole la espalda a ella, insistió con su pregunta, que ahora podía notarse que estaba siendo hecha con la mayor seriedad. Yo no lograba reconocer al sujeto, y le dije que se estaba confundiendo, que yo no era ningún político. Entonces el tipo lanzó una carcajada y echó su cabeza para atrás, y luego dijo que no le anduviera con cosas, que se acordaba de mí. Entonces me acordé de que ese personaje había sido presidente del centro de alumnos de alguna carrera de la universidad en la que yo estaba. A mí me tocó participar un tiempo de las reuniones que sostenían los diferentes centros de alumnos, y este sujeto era uno más de los muchos que nos sentábamos en una mesa a discutir –la mayoría de las veces– estupideces. Cayendo en cuenta de que su pregunta era absolutamente seria, le respondí tajantemente que no, que no me interesaba la política, y luego le pregunté que cómo iba su propia carrera política. Para mi sorpresa –y la de mi pareja, que ya estaba al tanto del espécimen que teníamos en frente–, el hombre guardó silencio y empezó a reflexionar. Estuvo así por un rato tocándose la barbilla mientras miraba el suelo. Nosotros esperamos con gran expectación. De pronto el hombre nos miró y nos dijo seriamente que estaba cultivando un estilo político “reflexivo”, y que para la gente de su partido era algo que inspiraba mucha confianza; que este estilo lo había tomado la tradición norteamericana; que estaba muy contento con el apoyo que le daba su partido; que había aparecido en diarios al lado de la presidenta y de muchos ministros; que hasta le ha tocado viajar por el país, y que muy probablemente iría de diputado para las próximas elecciones. Me tienen fe, y eso que soy uno de los pocos que no estudió derecho: eso me da un carácter más informal, que también le gusta a la gente.

Mi pareja, mirándolo a los ojos lo más seriamente que le resultó posible, le preguntó cuál era su posición frente a las posibles guerras. El sujeto reflexionó, y cuando estaba empezando a responder, ella sacó un hielo de su vaso y se lo lanzó a la corbata. ¡Guerras, así, con balas!, decía, y metía la mano a su piscola para sacar más hielos. El sujeto no sabía cómo responderle adecuadamente, no sabía ni siquiera cómo interpretar aquel comportamiento. Y cada cierto rato la muchacha se estrujaba de risa y le decía al hombre que mejor probara vendiendo celulares, que seguramente, con su talento, lograría aún mayor fortuna. El político sonreía, halagado, y le decía que él disfrutaba trabajando para la democracia, que jamás se le pasaría por la cabeza dejar la política, que no lo hacía solamente por la plata. Yo me había hecho a un lado.

Estuve un rato observando el comportamiento del sujeto cuando era pichuleado por mi pareja, y me parecía estar mirando a un perro labrador que no sabía si mover la cola o chillar de dolor por los fuertes golpes que, con cariño, le daba un transeúnte cualquiera. Y no podía dejar de pensar en lo sospechoso que resulta el papel del político en nuestras sociedades. Porque no podemos negar que el gusto por la toma de decisiones es algo bien singular. Ellos representan algo, generalmente un partido político, una porción de gente, un gobierno –ocasionalmente alguna idea–, lo que sea; son “representantes”, es decir, hablan por otros, por las gente tan valiosa y respetable que representan. Y en nombre de esa porción de personas, dan su opinión y plantean su perspectiva de las cosas, votan por unos y por otros, manifiestan públicamente, privadamente, y se toman muy seriamente cada mala cara o gesto de burla.

Pero si el representante de una porción de gente no sabe qué es lo que sus representados opinan respecto a alguna decisión importante, o si simplemente considera que sus representados no tienen opinión respecto a eso, va a tomar una decisión personal. Y aunque supiera que la opinión de todos sus representados es X, el político está absolutamente autorizado a opinar y a votar por Z.

Dado todo lo anterior, no podemos dejar de observar que el político se siente capacitado para guiar nuestra sociedad, que considera que su moral y su forma de ver las cosas es la correcta. Es decir, estos hombres asumen que saben qué es lo bueno y qué es lo malo para nuestra sociedad y para cada uno de sus individuos. ¿Pero por qué razón alguien podría sufrir de semejante explosión egocéntrica? ¿Por qué a ellos y al resto no?

Pasó un rato y fui a rellenar mi vaso, y en el mesón me topé con un profesor de historia del colegio. El hombre también estaba con la sopaipilla en la chancaca. No pude dejar de comentarle acerca de la escena del político, que aún me tenía bastante impresionado. El profe se puso serio y me dijo que estaba más que claro: que los políticos o son malos o son estúpidos, que no había más misterio que ese. Decía que sólo un estúpido podía creer saber lo que era mejor o peor para el resto, "un estúpido de buena fe". Pero que no había tantos estúpidos, que los más eran mentirosos e inmorales: malos, pero no tontos. La mayoría de los pillos malos, según el profe, habitaban el sector diestro del asunto, mientras los más ingenuos, los tontos buenos, andaban más esparcidos por la izquierda. Unos se dedican a juntar dinero, a reírse con sus amigos en restoranes y a traficar información de muchísima importancia, mientras los otros creen en el progreso y en el bienestar, y confían en que la gente los quiere, cosa que los pone inmensamente felices.

Le aplaudí al profe su comentario y le comenté que me parecía bien triste el asunto. El profe bebió de su licor –transparente, seguramente un vodka tónica que sin saberlo disfrutaba porque le sacaba a flote alguna una nostalgia con la vieja Rusia– y siguió hablando: da lo mismo, un político es como un periodista o un psicólogo, da lo mismo lo que piensen, da lo mismo si son estos o aquellos, el asunto siempre va a ir para el mismo lado. Todos andan con sus rencillas personales y ven el mundo desde su miserable posición. ¿Y los revolucionarios?, pregunté yo, con algo de fe. Los revolucionarios son los más tontos de todos, dijo el profe, como queriendo ser muy responsable con sus palabras. Ellos son tan tontos que confían en la buena fe de sus pares y de la gente en general, ellos creen que hay unos malvados que hay que derrocar para que la gente buena pueda vivir bien sin hacerle daño a los que le rodean. Fe ciega en el ser humano. Bueno, pero al menos se dan cuenta de que algo anda mal, le dije yo, casi avergonzado de la admiración que me inspiraban muchos revolucionarios de tiempos no tan lejanos. El profe sonrió y dijo que la cosa siempre ha andado mal, que darse cuenta de eso no es mérito. Todos sufrimos y sabemos que la gente sufre, algunos le echan la culpa a su condición, otros a la sociedad, otros a sí mismos, otros a su mamá, otros a la condición humana. Casi todos tratan de soportar el sufrimiento echándole la culpa a algo, a lo que sea. Da lo mismo cuáles sean las leyes, da lo mismo si sube el pan o la leche, todo siempre irá de la mano de la estupidez y la ignorancia humana.

En eso estábamos cuando llegó mi acompañante deshaciéndose de la risa, diciendo que no podía creer que existiesen personas como “el político”. Nosotros nos reímos con ella un rato, hasta que se asomó el político. Dándonos la espalda al profe y a mí, sacó su celular y anotó el teléfono de mi pareja. Luego se despidió de ella y se fue. Ella nos miró, sin la más mínima muestra de vergüenza, y nos dijo que el político la había invitado a comer langosta, que a ella le encantaba la langosta, y que además dentro de todo igual era un cabro simpático.


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Comentarios

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carlingo: Concuerdo

carlingo:

Concuerdo plenamente. Gracias.

pepe:

Tienes toda la razón, y lamento no poder mantenerte atento. Sólo trato de expresar ideas, lo cual para muchos puede ser algo aletargador. Creo que la industria del entretenimiento nos tiene a todos con la atención un poco revelde a nuestra voluntad, o con la voluntad ida definitivamente. Digo esto no porque me parezca que los artículos que escribo merezcan la atención de las voluntades, sino por la clase de comentarios que abundan por parte de la la gente que los lee. Me sorprende que se hable tanto de los aspectos formales, y tan poco de las ideas de fondo.

De todas formas revisaré mi forma de presentar las ideas, la cual bien podría tener errores que la vuelvan aletargadora. De todas formas, se agradece el comentario.

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estos relatos comienzan

estos relatos comienzan interesantes, pero producen un letargo terrible a medida que uno sigue leyendo y despues es imposible terminarlo, igual gracias.

Imagen de carlingo

concuerdo con el autor.

concuerdo con el autor. Nadie sabe qué es lo bueno o lo malo, simplemente porque no existe ni bien ni mal en un sentido puro; todo el resto está sujeto a la opinión y a la subjetividad. Alguien podría decir que lo mejor para la humanidad es volver a sus inicios, otros que lo mejor es seguir creciendo así como va, etc, pero ¿quién sabe? ¿Quién tiene la razón? ¡Nadie! Los que creen que puedan tenerlo son o tontos o mentirosos.

Saludos.

Imagen de fistortolo

y viendo a la provoste

y viendo a la provoste ahora... se pasó. Son un tipo de personas realmente extrañas. Lo malo es que son necesarias. Al final concuerdo con el profe de histora: da lo mismo, allá ellos, que creen que tienen poder y no se gobiernan ni a si mismos!