CRÍTICA EXISTENCIAL: Festival de Viña

CRÍTICA EXISTENCIAL: Festival de Viña

09 Marzo 2008
Todos los años, cuando las vacaciones están terminando, se lleva a cabo un evento que capta la atención de casi todos nuestro compatriotas. Harto aplauso y harta pifia, pero sobre todo harto tema de conversación. Harta nausea.
Camilo Rojas >
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Íbamos caminando con el viejo José Soto, alias Sotolote –o Axolotl, para los antiguos Aztecas–, por las calles de la divina Providencia, cuando se nos acerca una señorita vestida de blanco y nos pregunta, lápiz y papel en mano, qué nos pareció que fue lo mejor de este Festival de Viña recién celebrado.

Por casualidad, este año me tocó estar en una ciudad populosa y jovial justo cuando se llevó a cabo dicho espectáculo, que tanto enorgullece a nuestra nación. Así, me tocó participar de reuniones sociales en las que se hablaba casi exclusivamente de lo ocurrido durante la noche anterior, si es que no era de noche y la reunión social consistía en prender el televisor y prestar casi exclusiva atención a la pantalla. Por ese motivo, me decidí a ayudar a la jovencita de blanco –que seguramente, por razones veraniegas, se había quedado debiéndole dinero a alguien, y encontró ese trabajo provisorio, que efectuaba con el dolor del que despierta de un sueño paradisíaco para pasar un día más cumpliendo condena en la cárcel–, que hacía lo posible por hablar y al mismo tiempo sostener una sonrisa. Le dije que a mí lo que más me había gustado había sido la imitación que le habían hecho a un magnate que quiere ser presidente de la república. Anotó. Luego Sotolote le dio su voto a Sandy & Papo, o algo así (los centroamericanos que cerraron el festival): unos jóvenes que se disfrazan con cadenas, pañuelos, camisetas apretadas y sendos anteojos oscuros, y que son muy populares en las discotecas nacionales.

Es para saber a quién invitar al Festival el próximo año, nos dijo la señorita mientras anotaba nuestros nombres y nuestros falsos correos electrónicos. Nos despedimos –ella ya no tenía para qué seguir sosteniendo la sonrisa– y seguimos con el viejo Axolotl –o Ajolote, para los aztecas modernos– caminado por Santiago de Chile, preguntándonos ahora por el sentido de la encuesta de la que habíamos sido recién partícipes.

Así fue como, más allá del Festival mismo, que ya lleva como cincuenta años entreteniendo a los chilenos y a varios otros no chilenos (anecdóticamente, puedo contar que una vez estaba subiendo por un río peruano –el Ucayali–, a mediados de febrero, en un barco de la locomoción colectiva zonal, y me puse a conversar con una señora de la zona, que no era capaz de entender qué hacía yo en su país, si en el mío estaba a punto de comenzar ¡el Festival de Viña!), lo que más llamó nuestra atención fue el cómo se decide qué pseudoartistas son los que van a conformar el espectáculo festivalero.

Entonces, para tomar este asunto desde un nuevo flanco, me remito a otras conversaciones, esta vez unas que casualmente tuvieron lugar en la misma mencionada playa de agua dulce en la que estuve siendo televidente y partícipe del famoso evento. Pese a la inclinación pro-festibalística de mis compañeras de domicilio veraniego, debo remarcar el interés y la habilidad que ellas tenían para poner en juego diferentes temáticas en el arte de la conversación. La plática que quiero citar refería al asunto del aplauso que la gente da a una obra de teatro cuando ésta acaba. Una de ellas consideraba que si la obra no es del gusto del público, no se debía aplaudir, mientras, la otra, que el aplauso era un gesto de respeto hacia los artistas. Más temprano que tarde, la conversación derivó a la importancia de tal aplauso, surgiendo la opinión compartida de que el aplauso era muy importante para el artista, mas no lo primordial. El artista debe proponer algo, y es muy posible que el público –sobre todo si se trata de una proposición muy auténtica– no comprenda o, al no estar esperando aquello que se le muestra, considere que la obra o el espectáculo es una mala obra o un mal espectáculo. No puedo dejar de recordar las pifias que le lanzaron a Dylan durante el primer concierto en el que enchufó su guitarra. Pero Dylan estaba seguro de lo que hacía, tenía algo que decir, estaba haciendo Arte. Los artistas no son hijos del aplauso; el aplauso es hijo de los artistas. El Arte es independiente, es librepensador y se expresa como le da la gana; no está amarrado a una sociedad ni a sus gustos circunstanciales (está depositado sobre ella, pero no amarrado).

Cito esa conversación porque los festivales de hoy, como el de Viña del Mar, son eventos organizados especialmente para gustar al público, son eventos hijos del aplauso y amarrados a las circunstancias sociales. Los espectáculos que promueven esa clase de eventos son espectáculos que adormecen a nuestra cultura. Sin embargo, siempre hay cabida para que algún artista irrumpa por ahí, desde su propio escenario o desde el que le dé la gana.

Y así seguíamos caminando por Providencia, preguntándonos por el significado de la actividad de la señorita de blanco, cuando nos encontramos con la Javi Espina, una vieja amiga del Axolotl. La saludamos y le preguntamos en qué andaba, respondiendo ella que estaba comprando ropa. ¿Cómo me veo?, nos preguntó luego.


Esta semana en La Pollera:
 
 
 
 
 
 

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Comentarios

Imagen de Salame Volador

Entonces prenda la TV pues

Entonces prenda la TV pues don Leo, ahí no se va a aburrir.

Imagen de leo

partio interesante pero de

partio interesante pero de la mitad en adelante me quede dormido

Imagen de carlingo

Es complicado pensar asi.

Es complicado pensar asi. igual estoy de acuerdo un poco.... pero entonces hoy no hay arte.