Cursaba principios del año 1974 cuando George Harrison, ya hace un buen tiempo separado de los mundialmente célebres Beatles, veía como su mujer Pattie Boyd lo abandonaba a brazos de otro hombre. Ese hombre resultó ser nada menos que su gran amigo Eric Clapton, su eterno colega, con quien había compartido escenarios y largas jornadas creativas.

Bajo éstas circunstancias y una fuerte laringitis que le minó la voz durante los meses de grabación, y que sería el antecedente de su posterior cáncer de garganta, es que se gesta Dark Horse, la tercera placa como solista de quien se perpetuara como el chico callado del fabuloso cuarteto bretón.

Dark Horse, en un principio, hacía referencia irónicamente a quien mantiene una o más relaciones sexuales prohibidas con mujeres, como se entendía habitualmente en los círculos populares de la Inglaterra de ese entonces y, específicamente a la situación con su mujer y Eric Clapton. Una versión sarcástica de Bye Bye Love, original de Los Everly Brothers festinaba con su decepción y confirmaba la hipótesis. Pero más tarde se empezó a identificar al propio Harrison con el apodo. Y es que resulta que en jerga del deporte equino el Dark Horse o “caballo tapado” se refiere a aquel premio que se gana apostando por un ejemplar que no parece destacar, poniendo los votos a quien luego sorprende al público picando desde atrás, por los palos, tal como George lo había hecho, manteniéndose al margen de las luces y las cámaras durante el éxito de Los Beatles.

Tanto así, que luego de terminar definitivamente su contrato con el sello Apple (que creo con sus compañeros de banda y que lo había acogido por más de diez años), fundó su propio sello discográfico y lo bautizó precisamente Dark Horse.

Acerca del disco en sí llama la atención que entre las colaboraciones donde destacan Ringo Starr, Jim Keltner, Nicky Hopkins y Billy Preston, figure también, e impensadamente, Eric Clapton el entonces pareja de su ex esposa.

La música está cruzada por ese conflicto, que por cierto Harrison se toma con inusitada y sorprendente liviandad. Es un disco muy folk y, como ya es habitual en Harrison, muy sincero y genuino. Se reconocen amables y entrañables melodías a lo largo de la placa. Harrison canta con soltura a pesar de su ronquera, lo que termina por transformarse en un bello recurso.

No tengo mucho más que decir de este disco, salvo recomendarlo, destacar su belleza ulterior y la profunda espiritualidad que hay detrás de cada uno de sus sencillos. Simplemente escúchelo.

Dark Horse:

Bye Bye, Love:

So sad:

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